Las luces no se apagan nunca,
a pesar de la niebla, a pesar de la aurora,
las luces siempre están alerta,
frente al muro impasibles, como tú,
no se apaga la luz de tu recuerdo
-en la estación palomas mensajeras
destilan lágrimas- la luz de tu recuerdo
sorbiendo, sin saciarme; bebería
de ti, de ti, de todos tus olores
y de aquellos alientos que tanto atesoraba.
Hoy debo estar sereno para pensar en ti,
la ciudad está lejos, alumbrándose
de todas las farolas de imposible reflejo,
una sonata para violín y piano, levantarme,
ya llega la mañana y acaricio una sombra,
será el humo, acallar el suspiro
que no debe escuchar el primer transeúnte,
sólo tú, debo pensar en tí,
y ya la luna opaca se retira vencida,
resbala en la ventana el penúltimo acorde,
pero las luces, míralas, qué dices,
las luces no se apagan nunca.