Denver

2004 EXTERIOR/DÍA. Es primavera y sábado. Yo tengo una resaca mortalita de los destornilladores del día anterior. El hipo sabor kas naranja y muerte es muy difícil de disimular. Padre me empieza a contar una anécdota confusa y barroca sobre su adolescencia y una antigua novia francesa mientras caminamos a paso ligero y ataviados con sudaderas grises de las que cuando sudas pareces un policía protagonista de thriller de Hollywood noventero. Pareces Jodie Foster, vaya, sabías perfectamente de quién hablaba.

Yo me esfuerzo por mantener la ilusión de que no tengo sed para no delatar mi estado y me comienzo a beber mi propio sudor a relamidas. Autoabasteciéndome de hidratación; sintiéndome listísima. Por suerte padre y yo no nos miramos entre nosotros si no que lo hacemos en la misma dirección. O sea, a ver, obviamente no nos estamos mirando, estamos caminando hacia el frente mientras conversamos. No es un duelo. Y si lo fuera sería un duelo de corto recorrido y completamente absurdo, que tampoco daría lugar a la charla. (Conversar en un duelo, aparco este tema para el futuro.) 

Todo acaba con una sorprendente propuesta que resumida, en paráfrasis, rezaría tal que así: “Podrías irte a Denver, a casa de mi exnovia que vive allí con sus dos hijos y su esposo alemán. Uno de los chicos vendría aquí, en tu lugar. Tendrías coche y un puesto de trabajo en una floristería.” ¡Tachán! De repente mi vida como una película de Woody Allen. Si no tuviera tantas ganas de vomitar, brincaría. Hace cinco minutos en 2004 lo cotidiano era absolutamente prosaico y previsible, sosete y normal. Ahora soy la protagonista juvenil de una comedia de intercambio cultural y voy a vender gardenias, ¡joder! Lo más interesante que me ha pasado hasta la fecha ha sido ver a Ricardo Darín en la FNAC. (Tristeza). Ahora no sólo mi padre resulta que estuvo liado con una parisina trotamundos -con la que misteriosamente sigue teniendo contacto- sino que además me va a conseguir un año de vidorra yu es ei con el cuerpo del guion predefinido y la posibilidad de conocer a gentes excéntricas y vivir experiencias cercanas a la muerte. Porque yo en 2004 ya había visto Bowling for Colombine ¿entiendes? Y casi podía saborear el metal del cañón de una recortada en mi hocico. 

Este sueño quedó suspendido en el aire durante semanas. Y se desvaneció súbitamente cuando la francesa vino a visitarnos con su hijo a León y descubrimos no compartir el mismo sentido del humor. O te gustan los Monty Python o no te gustan, qué quieres que te diga.

Aquella encrucijada vital de lentejuelas es para mí uno de esos agujeros negros dentro de mi biografía que creo que podría aprovechar en un viaje en el tiempo para entrar, cambiarlo todo y aparecer en una realidad paralela alternativa en la que Biff Tannen es el dueño del mundo.

Total, todo esto para decir: Bye Bye, Donald! See you in the other side.

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