Under The Bridge

Conocí a John Frusciante en una fiesta de carnaval en Eindhoven hace muchos años, allá por 2011 si no recuerdo mal. En realidad, no era John Frusciante, pero se le parecía mucho, y la gente de la fiesta lo sabía, pues alguien me dijo que era John Frusciante y que tocaba en los Red Hot Chili Peppers. Y, aunque al principio le creí, un rato después me di cuenta de que estaba equivocado, pues todo el mundo sabe que John Frusciante no tocaba en los Red Hot Chili Peppers en 2011.

Qué hacía yo en Eindhoven en Carnavales es algo que no entendía entonces y mucho menos entiendo ahora, aunque podría resumirse en que fui a un curso sobre cómo hablar en público que alguien en mi empresa había pensado que podría venirme bien. El curso era en inglés y había venido un experto desde Cambridge para grabarnos en vídeo y luego, en grupo, identificar y corregir los defectos de cada uno. 

A mí me da un pánico tremendo volar y aquélla era la primera vez que cogía un avión, así que la noche que aterricé fui directo a tomarme unas cervezas. Aunque era martes, los bares estaban llenos. La gente iba disfrazada y pintada de manera muy extravagante. Sería a eso de las once de la noche cuando conocí a una chica de unos veintipocos años que llevaba puestas unas alas de ángel en la espalda y que al verme solo en la barra se acercó a pintarme algo en la cara. Yo no podía verme así que no sabía muy bien qué estaba dibujándome. Después, le dijo algo al camarero, quien la miró extrañado y luego me miró a mí como queriendo comprobar algo. Y, una vez que él mismo obtuvo su aprobación, desapareció y volvió al rato con una botella de la parte de atrás. Se agachó, sacó dos vasos de chupito, y nos lo tomamos la chica y yo.

La fiesta era en una casa privada de un amigo de ella. Todos iban vestidos de manera muy estrafalaria. Debimos llegar de los últimos, pues apenas ya no cabía nadie más en el salón. El espacio de tiempo que pasó entre los chupitos y la casa es algo que ha desaparecido totalmente de mi memoria y que no soy capaz de recordar ahora por mucho que apriete las pestañas. Al fondo, en un pequeño balcón que tenía las ventanas cerradas, me fijé en un grupo de gente que rodeaba a un tipo que tocaba la guitarra. Miré de nuevo hacia el salón, pero la chica que me había llevado hasta allí no estaba por ningún lado. De pronto, sin que yo lo pidiera, alguien puso en mi mano una lata de cerveza y siguió repartiendo otras a quien veía que no estaba bebiendo. La abrí, le di un trago y me dirigí al tipo de la guitarra. Me hice un hueco y pude ponerme en segunda fila. A pesar del frío que hacía fuera, en la casa se estaba bien y el tipo iba sin camiseta, con unos pantalones grunge de los que se llevaban a mediados de los noventa, y unos tirantes. Estaba cantando algo tal que así:

Sometimes I feel like I don’t have a partner
Sometimes I feel like my only friend
Is the city I live in, the city of angels
Lonely as I am, together we cry”

A mi derecha, un chaval de pelo largo rubio y liso, con cara afeminada dijo:

-Joder, es que canta mejor que Anthony Kiedis.

A lo que alguien a su espalda contestó:

-¿Pero es que te has creído en serio que es John Frusciante?

Volví a girarme para ver si encontraba a la chica de las alas de ángel, pero, al menos en el salón, no estaba. 

“I don’t ever wanna feel
Like I did that day
Take me to the place I love
Take me all the way”

Le di otro trago a la cerveza. El tipo de mi derecha, el de la cara afeminada y pelo rubio largo me dijo:

-Es John Frusciante, el guitarra de los Red Hot Chili Peppers.

Y yo le respondí:

-Eso parece, sí.

Desvié mi mirada hacia la ventana. Nevaba.

“It’s hard to believe that there’s nobody out there
It’s hard to believe that I’m all alone
At least I have her love, the city, she loves me
Lonely as I am, together we cry”

-Eh, chico, sí tú… ¿te vas a beber esa cerveza? -escuché de repente, seguido de un murmullo entre risas.

Era John Frusciante, dirigiéndose a mí. Me había hecho la pregunta utilizando la misma melodía de la canción. Miré la lata y me di cuenta de que todo el mundo se había girado hacia donde me encontraba yo. Levanté un poco el brazo para que se viera bien la cerveza y se la acerqué. 

Y con ello, dio por concluido el concierto ante el aplauso de la gente. 

Dejó la guitarra sobre un antiguo sofá de tela verde lleno de agujeros, y se preparó un canuto. Luego, abrió la ventana y se asomó para fumárselo. Yo me quedé mirándolo y preguntándome si esa sería su manera habitual de vestir o si iría disfrazado, precisamente, de John Frusciante. Después, se giró hacia el salón y me vio a su espalda.

Me preguntó:

-¿Eres de por aquí, amigo?

Le negué con la cabeza y me acerqué a la ventana. Me puse a su lado y ahí nos quedamos un rato los dos, sin hablar, mirando hacia el centro de la ciudad. Todo estaba en silencio. Me fijé que llevaba los brazos llenos de pinchazos y la piel parecía como si se la hubiera quemado.

Dije:

-Hace frío aquí, ¿no?

John se rio y me miró. Levantó su brazo derecho hacia mi cabeza y me quitó un sombrero con orejas de conejo que en algún momento de la noche alguien había debido ponerme. No quise preguntarle si era o no realmente John Frusciante, pero sí le conté cómo había llegado yo a la fiesta. Describí a la chica con alas de ángel que me había traído por si la conocía. 

Y me dijo:

-Entonces, amigo, por lo que me dices debía ser realmente guapa. Posiblemente no fuera una chica con alas de ángel, sino un ángel con alas de mentira.

Me ofreció una calada del porro, pero se lo negué. No tardó mucho en terminárselo y me dijo que tenía que ir al baño, aunque por el tono que usó me dio la sensación de que no volvería. Le seguí con la mirada y cuando iba por mitad del salón se giró y me dijo:

-¿No te habrás creído lo que dice toda esa gente de que soy John Frusciante, verdad?

No se esperó a ver mi respuesta. Siguió andando y yo me senté en el sofá verde, junto a la guitarra. Miré el reloj. Era algo más de la una de la mañana. Me puse a pensar en el curso del día siguiente y en que debía irme ya al hotel. Cerré los ojos un segundo y cuando los volví a abrir seguía sentado en el mismo sofá y en la misma postura, con la diferencia de que eran ya las siete. Me asusté un poco al principio por si se me hacía tarde, pero enseguida me tranquilicé al comprobar que tenía tiempo de sobra de llegar al hotel, ducharme e ir a la formación, que era en una sala del propio hotel. Me puse a pensar en cómo podría entrar por la recepción de manera rápida sin que nadie de la empresa me viera llegar a esas horas. Atravesé el salón de la casa. Estaba lleno de botellas vacías esparcidas por el suelo, el cual estaba pegajoso, y llegué a la puerta. Eché un último vistazo y comprobé que había alguien durmiendo en el suelo, cerca del sofá donde había dormido yo. Abrí tratando de hacer el menor ruido posible, y cerré de la misma manera

Llegué al hotel en apenas veinte minutos siguiendo las indicaciones que me dio un empleado de la limpieza al que vi a esa hora por la calle quitando restos de nieve. Por suerte, creo que pasé desapercibido al entrar en el hotel y llegué a mi habitación. Fui directo al baño y comprobé que tenía toda la cara pintada con rayajos de color negro, sin ningún tipo de forma, o al menos, a esa hora, ya no. Si hubo algo dibujado en mi cara unas horas antes es algo que nunca he llegado a saber. Me duché, me limpié bien la cara y me dio tiempo a llegar a la sala donde se daba el curso con un rato de adelanto. Sin embargo, ya había gente allí que, de manera muy educada, se me acercaba y se presentaba, mientras yo hacía verdaderos esfuerzos por aparentar encontrarme en buen estado. Al fondo, junto a un proyector, pude reconocer a quien debía de tratarse del organizador de la formación, que se dedicaba desde allí a levantar un termo y ofrecer café a todo el que entraba.

  Afortunadamente, no me dolía la cabeza, pero notaba que tenía la boca seca y que estaba cansado. Me acerqué a una mesa en la que había apilada una gran cantidad de botellas de agua, cogí una y me di cuenta de que las mesas donde debíamos sentarnos los alumnos estaban divididas en grupos de seis personas, todas con los nombres puestos. Busqué el mío y me senté. Había un hombre ya sentado ahí, que se presentó y me dijo que trabajaba en Finanzas y que era de Rumanía. 

Poco a poco, la sala fue llenándose y todas las sillas se fueron ocupando. El organizador, con una taza blanca de café en la mano, hizo una pequeña presentación y, de pronto, apareció por la sala el experto de Cambridge, un tipo negro elegantemente vestido con chaleco de jersey, camisa blanca de cuadros debajo y pantalones de pinzas -eso sí, excesivamente subidos para mi gusto-. Llevaba una cámara de vídeo en su mano. 

Dijo:

-Quiero que cojáis un papel de la libreta que os hemos dejado en la mesa, y que escribáis cinco cosas: Vuestro nombre, vuestro puesto en la empresa, por qué estáis aquí, qué esperáis aprender y un secreto que sólo sepáis vosotros. Todo de manera muy esquemática, quiero decir, que no podéis escribir ninguna palabra. Solo dibujos, como si fuera un jeroglífico. Tenéis diez minutos. Luego os iré llamando uno a uno, y tendréis que salir a la pizarra a explicarlo. Y yo os voy a grabar en vídeo. Pasado mañana, cuando el curso vaya a terminar, vais a coger ese mismo papel y vais a salir de nuevo a explicarlo aquí delante de todo el mundo. Y os vais a sorprender vosotros mismos con la diferencia de presentar entre un día y otro.

Yo me levanté antes de empezar a rellenar el folio y cogí otra botella de agua. Y, cuando estaba volviendo, paré y volví a la mesa a por una más. Y fue al coger esa segunda botella, allí de pie en esa mesa, cuando me paré a reflexionar acerca del secreto que podría contar. Llegué a mi asiento, miré el papel y me puse a ello. 

Cuando tocó mi turno, salí a la pizarra delante de todo el mundo y empecé a hacer los primeros dibujos para indicar mi nombre, puesto de trabajo y demás. Cuando llegué al secreto, vi lo que había dibujado un instante antes en el papel: un avión y una cara horrorizada. Empecé a pintar una de las alas. Después, algo se me pasó por la cabeza y paré. Me quedé un rato quieto, escuchando un ligero murmullo a mi espalda, y borré lo que había dibujado en la pizarra. Y empecé de nuevo. Y pinté un puente de piedra y, debajo de él, una guitarra.

Al terminar, me giré y miré a todos los alumnos. Y dije:

-Buenos días, yo voy a empezar por el final. 

El organizador del training seguía bebiendo café. El experto de Cambridge sostenía con su mano derecha la cámara. Me fijé que el piloto rojo de grabación estaba encendido. Luego, con su mano izquierda, se subió un poco más los pantalones, dejando al descubierto unos calcetines de color rojo sujetados por los tobillos con una especie de liguero. Entonces, le dio a un botón y la cámara emitió un ligero ruido. Justo después, una de las lentes se extendió y se desplegó. Supuse que el tipo me estaría haciendo zoom. Así que miré fijamente hacia la cámara y dije:

-No sé si alguno de ustedes conoce a los Red Hot Chili Peppers, pero yo anoche conocí a John Frusciante.

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