Desencajada

Margaryta Yakovenko. Caballo de Troya 2020

ILUSTRACIÓN DE MARGARYTA YAKOVENKO

Daria nace en una Ucrania que, como país, apenas es mayor que ella, y en la que todo se desmorona a ritmo de vértigo tras el colapso de la Unión Soviética. Por ello, cuando cumple siete años, su familia emigra a un pequeño pueblo en la costa de Murcia. No es que la soleada España sea el lugar escogido, simplemente es el primer país para el que consiguen un visado. No se plantean la posibilidad de una elección: del mismo modo que no pueden elegir quedarse, tampoco el lugar al que ir.

“Como la mayoría de las cosas, hemos aceptado demasiado pronto que el sedentarismo debe ser la forma de vida a la que aspiremos. Estamos cómodos en un sistema que distingue entre autóctonos y forasteros porque eso nos da la seguridad de formar parte del grupo. Nosotros y ellos. Los autóctonos suelen ser hospitalarios cuando el viajero es un peregrino de paso pero no cuando es un emigrado. En cuanto quieres establecerte en el país al que emigras, te conviertes en una amenaza. Un cuerpo ajeno entrando en el sistema inmune. Las células se tienen que reorganizar para combatir tu presencia desde la hostilidad. Analiza las políticas migratorias de un país y sabrás el grado de civilización al que han llegado sus ciudadanos. Su compromiso con la humanidad. Sus niveles de empatía. Busca si acoge, si integra o tolera.”

Desencajada es un desgarrador relato sobre la migración como acto puramente utilitario. Despojada de toda épica, de sueños que perseguir, y de objetivos que vayan más allá de poder salir adelante. Huir del hambre, al igual que huir de la guerra o de un régimen político, también convierte a las personas en refugiados. Sin embargo, este tipo de refugiados no encuentran demasiada aceptación social (ya se sabe, esos inmigrantes-que-vienen-a-quitarnos-el-trabajo, que bastante mal estamos ya), ni estructuras de apoyo, ni nadie que les diga por dónde empezar. Por dónde empezar a fabricar su vida desde cero. Los padres de Daria, ingeniero y enfermera, renuncian a cualquier tipo de ambición laboral al llegar a España para hacer, literalmente, lo que les dejen: recoger pimientos, limpiar casas, preparar bocadillos en ferias, trabajar en la obra o en un supermercado. En la mayoría de las ocasiones, más de una de las opciones simultáneamente. Al cabo de dos años, consiguen un permiso de residencia, coincidiendo con el momento en el que Aznar, como una suerte de Caracalla del siglo XX, decide alimentar la burbuja inmobiliaria con mano de obra (extranjera) barata. Y esa es la confirmación que la pequeña Daria necesita para saber que aquel país, en el que sus padres son extranjeros, trabajan mucho más tiempo del que pueden dedicarle a ella, y han reseteado todos los parámetros que regían sus vidas; ese país extraño, será el escenario de la suya.

A partir de ahí tendrá que enfrentarse a un profundo desarraigo con el que intentará convivir, al peso de las expectativas que sus padres, tras sacrificar tanto, depositan en ella; a la nostalgia crónica hacia unos recuerdos que no sabe si son reales o fabricados, y a la frustración de no ser capaz de identificar ningún lugar como “casa”.

Portada de Desencajada, novela de Margaryta Yakovenko

Aunque no es una novela autobiográfica, la vida de la protagonista comparte algunos rasgos con la de Margaryta Yakovenko, nacida también en Ucrania, y en España desde hace más de veinte años. Ha sido editora en Playground, actualmente trabaja en El País, y Desencajada es su brillante su opera prima; dentro de la maravillosa tanda de Caballo de Troya editada por Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez. El ritmo de su prosa directa, rápida y concisa, contiene fogonazos de Chuck Palahniuk; magistralmente combinados con un tono intimista que nos hace recordar a Joan Didion (ese pasaje tan potente a propósito de la migraña que sufre Daria).

Más allá de la cuestión migratoria, Yakovenko pone el foco en problemas de rotunda contemporaneidad entre demasiados jóvenes en España: la ansiedad (y sus medicamentos), en relación tan directa con la estigmatizada salud mental; el vertiginoso ritmo al que se consumen la vida y las relaciones; o la ausencia de perspectivas de futuro:

“(…) nosotros no podemos tener tan mala suerte, porque nosotros teníamos las mejores cartas y éramos los mejores jugadores de la mesa. Lo estábamos haciendo todo bien. Estábamos siguiendo las reglas. A nosotros no nos debería haber pasado nada malo. No nos lo merecíamos.”

La precariedad se sabe todas las reglas, y también cómo saltárselas.

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