La Modista de Bunbury

Lilly en realidad no se llama Lilly. Se llama Pili, pero no le gusta que la llamen así, como tampoco le gusta que la recuerden a cada momento que es la modista de Enrique Bunbury. Y en el fondo la entiendo. No siempre se llega a la sinceridad por el camino más recto.

Todo está muy cambiado desde la última vez que estuve por el barrio, y ya sólo hay tiendas de yogures griegos. He entrado por casualidad buscando un parche de los Doors y he acabado comprando un pin de Drácula. La confesión de Lilly ha venido después.

Lilly dice que no tengo pinta de que me gusten las cosas que le digo que me gustan, es decir, de lo que venden en la tienda -supongo que lo dice por mi manera de vestir-, y me dice que se llama Lilly antes de preguntarme si quiero una bolsa para el pin o si así está bien. Lo cierto es que así está bien, aunque Lilly no me hace caso y parece que ya está pensando en otra cosa. Mientras me cobra, me fijo en que la tienda está llena de posters de grupos de música con letras dibujadas con forma de gotas de sangre y logos con serpientes enrolladas. También hay botas con pinchos y cristales en el talón.

Y justo al salir, me llama la atención el muñeco de un astronauta siendo devorado por un extraterrestre. Y junto a él, un póster de Héroes del Silencio.

Me giro por última vez. Lilly, con las uñas y los labios pintados de negro, se entretiene colocando las cazadoras.

-Entonces… ¿una tienda de parches por aquí, no le suena? -pregunto.

Veo que Lilly hace un gesto extraño con la cara y deja las perchas mal colocadas para acercarse hacia mí.

-Mira, que no te siente mal lo que te voy a decir, pero me da la sensación de que lo que buscas es más por la idea que tienes de querer comprarte algo que piensas que va a ser original que por las ganas reales que tienes de comprártelo. ¿Qué es lo que quieres, que los demás vean lo cool que eres?

No sé muy bien por qué Lilly me ha dicho eso sin conocerme, aunque es posible que en el fondo tenga razón. Supongo que lo lleva pensando desde que he entrado en la tienda. Sonrío y me despido afectuosamente.

Al abrir la puerta para irme, noto que Lilly está parada, observándome, como queriendo decirme algo. Imagino que será, quizás, una disculpa por sentirse culpable por lo que acaba de decirme, pero no tiene nada que ver. Y es en ese momento cuando me lo confiesa.

-Perdona, chico. Me he fijado en que te has quedado un rato viendo el póster de Héroes. ¿Es por algún motivo?

Lilly me mira de arriba abajo nuevamente, y se queda un rato callada antes de que me dé tiempo a contestar. Luego, sigue hablando.

-¿Y si te dijera algo que no puedes contar por ahí? 

Hace un pequeño silencio y veo que se acerca a la puerta. Cierra la tienda.

-¿Y si te digo que soy, o mejor dicho, que fui la modista de Enrique Bunbury en la reunión con Héroes en 2007? -dice en voz baja cuando vuelve a ponerse a mi altura.

Me quedo de piedra y no sé qué contestar a eso. Luego, me cuenta cómo surgió la colaboración, y me dice que recuerda con cariño su primer encuentro con Enrique, allá por el 94, y que de vez en cuando habla con él, aunque ya no tanto como antes. 

Desvía la mirada al fondo de la tienda.

-¿Te apetece probarte la camisa que le hice para esa gira? Eran diez conciertos, y se llevó siete normales y dos con lentejuelas. La gente se piensa que es una cazadora de cuero, pero es mucho mejor. Es de goma. 

Me paro a pensar que creo que no he escuchado nunca decir que existen camisas de goma. Después, no sé por qué, me pongo a contar el total de las camisas que dice que Bunbury se llevó, y suman nueve. Imagino que en algún concierto de la gira repitió alguna.

-Mira, si te gusta, te tomo las medidas y te la vendo -me dice después.

Lilly se acerca a las perchas y trae la camisa. Me la pone por encima y se va. Un instante después, vuelve a aparecer y me enseña una foto firmada de la gira para que compruebe que es cierto, cosa que no he dudado en ningún momento. Luego, me cuenta cómo conoció a cada uno del resto de Héroes. Su mirada al hablarme de ellos posee una cierta nostalgia que no logro descifrar.

-Vamos a ver qué sabes de Enrique. ¿Tú sabes de dónde procede el apellido de Bunbury? Quiero decir, ¿sabes por qué se llama así? -me pregunta.

-Algo he leído -contesto-. Por una chica, ¿verdad?

-Bueno, algo de eso hay. De hecho, siempre ha habido cierto misterio. El nombre, en realidad, viene de la novela “La importancia de llamarse Ernesto”, de Oscar Wilde. Allí aparece un personaje imaginario que se llama Bunbury, que es un nombre que se inventa uno de los protagonistas para ocultar su verdadera identidad. A Enrique siempre le ha gustado mucho leer. 

-¿Y lo de la chica, entonces? -pregunto.

-Bueno, al parecer había una chica en su clase que se apellidaba Bunbury, y que era muy parecida físicamente a Enrique. Hay quien dice que hasta salieron juntos. 

-Supongo que entonces ambas versiones son válidas –comento. 

-En efecto… Oye, ¿probamos la camisa? 

Miro el reloj. Aún tengo algo de tiempo, aunque no me apetece mucho quitarme el jersey con el frío que hace. Alguien quiere entrar, pero encuentra la puerta cerrada. Veo que ella le hace un gesto desde dentro.

-El chico trabaja aquí, conmigo. Es sobrino de… Bueno, eso te lo cuento otro día -sonríe.

Me fijo en la música que suena en la tienda. Estoy seguro de que si se escucha al revés y se presta atención tiene algún mensaje, y no precisamente amable. Luego miro a Lilly. Está esperando a que yo le diga algo.

-La probamos -respondo. Y meto la pequeña bolsa con el pin en el bolsillo del chaquetón.

-Genial -dice. 

En el probador me quito todo lo que llevo en la parte superior y me pongo la camisa de goma. Y, aunque noto que me está grande, le confieso que estar dentro de esa camisa me parece la mejor sensación del mundo.

-¿Por qué no me cuentas tu historia? Quiero decir, ¿cómo conociste a Héroes? -pregunta Lilly, mientras yo sigo dentro mirándome en el espejo.

Me concentro tratando de recordar ese primer momento, y la memoria, por lo que sea, me lleva a otro recuerdo.

-Pues si te soy sincero, la primera vez que escuché a Héroes, no los escuché en realidad -respondo, abriendo la cortina del probador y saliendo para que vea cómo me sienta-. Y de eso hace ya, déjame que piense… unos veinticinco años. Me encontraba en los recreativos del pueblo en el que veraneaba. Estaba montado en una de esas motos que se movían a los lados y jugando una carrera contra un amigo de aquella época, el Yiyo. A mí no me gustaba mucho ir a los recreativos, pero a él sí. Le encantaba escuchar las canciones que ponían allí, que, en fin… eran las de la ruta del bakalao que sonaban por entonces. 

-¡Qué horror! -dice Lilly.

Sonrío y sigo hablando.

-Me acuerdo que aparté sin querer la mirada de la carretera del juego y me fijé, de casualidad, en una imagen del videoclip que se proyectaba sin volumen en una televisión gigante que había en el fondo del local. El video era Sirena Varada de Héroes del Silencio, pero yo entonces no lo sabía. 

-¿Qué edad tenías? -pregunta Lilly, mirándome los hombros y sacando alfileres del bolsillo.

-Pues unos quince o dieciséis, como mucho. Y cuando vi al cantante del video, paré instantáneamente de jugar y le dije al Yiyo: “Yiyo, yo quiero ser ese tío“. 

-Perdona, pero… ¿qué tipo de nombre es el Yiyo? -dice Lilly, apartando su mirada de la camisa, y mirando hacia el espejo de dentro del probador.

-Es un apodo. Creo que a su abuelo lo llamaban así, pero no me preguntes por qué. En cualquier caso, se trataba de un tipo peculiar que vivía todo el año en el pueblo al que los demás sólo íbamos en verano. 

-¿Y qué te dijo? -quiere saber Lilly-. Me refiero a cuando dijiste que querías ser como Bunbury.

-Para empezar, ni siquiera paró la partida hasta que comprobó que era temporalmente imposible que yo pudiera remontar, entre otras cosas porque llevaba un rato parado, y en lugar de prestar atención a lo que le estaba comentando, va y me dice: ¿Te he contado ya que anoche, cuando nos recogimos y dije que me iba a casa, volví de nuevo a la disco a tomar una cerveza y conocí a una chica danesa que estaba llorando en la barra porque la acababan de dejar? Según ella, sale en un videoclip de Bon Jovi, pero no recuerdo ahora en cuál me dijo. 

-¡Bon Jovi! Muy buenos. Y muy guapo también -dice Lilly-. ¿Y era verdad eso del videoclip?

-Pues cuando me lo dijo, no le creí, si te digo la verdad. Pero el Yiyo, que se había quedado mirando a un punto perdido entre la máquina y donde estaba yo, siguió contándome la historia de la noche anterior: “Es un poco mayor que nosotros, tendrá unos diecinueve o veinte años, pero quiero que sea mi novia. Espero que esta noche vuelva por allí. Estuvimos a punto de besarnos”. Me acuerdo que en ese momento, en el televisor donde antes estaban poniendo el vídeo de Héroes, estaban proyectando el She’s got the look, de Roxette, aunque en los altavoces de los recreativos sonaba el Get it Up. Bueno… el caso es que, al final, esa noche el Yiyo no salió porque la abuela se le había puesto mala o algo así, pero yo sí que fui con los demás. Y en una de las vueltas que nos dimos, apareció la chica que creo que es a la que se refería. Era alta, rubia y con el pelo corto. Una preciosidad, las cosas como son. Me fijé que se sentó en la barra, se pidió una cerveza y se fue cuando se la bebió. Y ya nunca más volvimos a ver a esa chica, a pesar de que nosotros volvimos todas las noches de verano por allí. Yo creo que era modelo, porque cerca del pueblo había una urbanización donde iba gente con dinero, y porque, como te digo, era muy guapa. Y se le acabarían las vacaciones.

-Pero entonces, ¿es verdad o no lo de Bon Jovi? -insiste Lilly, mientras veo que me ajusta del todo la camisa y da unos pasos para atrás para verme con más perspectiva. Pone cara de satisfacción.

-A ver… Hace un par de años, hicimos una cena la gente de la playa, y el Yiyo seguía insistiendo que, de todo el grupo, él, que era el único que vivía en un pueblo, había sido el que más cerca había estado de conocer a un famoso. Y como nosotros no terminábamos de creerle, cogió el móvil y se tiró por lo menos media hora viendo todos los videoclips de Bon Jovi… Hasta que dio con el que él pensaba que era y nos lo enseñó a todos. 

-¿Y qué videoclip es, si puede saberse? -pregunta Lilly.

I Believe -contesto.

-Me gusta esa canción -me dice-. Bueno, ¿qué tal la camisa? Chula, ¿eh?

-Muy chula -le respondo, pero, aunque no sé muy bien cómo decírselo, creo que no soy tan valiente como para ponérmela por ahí. 

-Vas a ser el único que la lleve -me dice-. Bueno, tú y un tipo que canta en una de esas bandas que hacen homenajes a Héroes, y que se la vendí hace poco.

Me quedo un rato en silencio, pensando qué hacer.

-Déjame que me lo piense -le digo finalmente, aunque estoy convencido de que no me la voy a comprar y de que me voy a arrepentir de no hacerlo-. Me voy a quedar por aquí todo el fin de semana. Igual mañana me paso y vemos si me decido.

-Lo que tú quieras -dice Lilly, amablemente-. Aquí estaré. Y si quieres que te la mande a casa, también podemos hacerlo.

-Muchas gracias -le respondo, mientras me meto en el probador, me miro por última vez en el espejo y, tras pensarlo nuevamente, acabo por quitarme la camisa. Y me siento como cuando era pequeño y los mayores encendían la luz para dar por terminada la fiesta de disfraces.

Cuando salgo, veo que Lilly está ya en la caja ordenando algo. Paso a su lado y le dejo la camisa encima de la mesa. Me pongo el chaquetón.

-Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? Quiero decir, ¿te puedo hacer “la pregunta”? -le digo.

-Claro -responde Lilly.

Se trata de algo en lo que llevo pensando desde que me ha dicho que conoce a Bunbury. Me giro hacia la puerta, me meto las manos hasta el fondo de los bolsillos y noto la bolsa con el pin. Finalmente, se la formulo sin mirarle a la cara. 

-Está bien. Allá voy… ¿Te ha dicho Enrique si volverá otra vez con Héroes?

Lilly se queda en silencio y, cuando me dispongo a mirarla, veo que se está tocando los ojos con el exterior del dedo índice. Tengo la sensación de que está llorando ligeramente. Luego, piensa algo ella sola y se ríe, antes de secarse con el dorso entero de las manos. 

-Eso te lo cuento mañana -dice Lilly, y me sonríe mientras se dirige hacia el interior de la tienda-. ¿Vendrás? -me pregunta, aunque sigue andando, como si en realidad no esperara una respuesta por mi parte.

Llego a la puerta, la abro y trato de orientarme, pensando dónde estará el hotel en el que me quedo y la dirección que debo seguir. Dudo en si debo confesarle algo antes de irme que ni siquiera he llegado a contarle al Yiyo en todo este tiempo. Y es que, efectivamente, a pesar de que a él se lo he estado negando, la chica que aparecía en el videoclip de Bon Jovi que nos enseñó en el móvil era la misma que había visto aquella noche que él no pudo ir a la discoteca. Pero al girarme, no veo a Lily por ningún lado. <<Todavía tengo mañana para contárselo>>, pienso. Hace un frío tremendo. Me subo el abrigo hasta arriba, cierro la puerta de la tienda y empiezo a andar. 

-Vendré -respondo.

Aunque no sé muy bien a quien se lo estoy diciendo.

Compártelo