Mi Capilla Sixtina

De pequeño, me movía como pez en el agua entre la inocencia más tierna y la gilipollez aún más absoluta. Tanto es así, que más pronto que tarde, pensé que sería una buena idea crear lo que podríamos llamar mi propia capilla Sixtina, si una tortuga ninja había sido capaz, yo no iba a ser menos. El problema, es que yo solo sabia dibujar/escribir dos cosas… esvásticas y Pepes.

¿Por qué esvásticas? Os estaréis preguntando. Tu segundo apellido es polaco ¿Acaso eres un negacionista del holocausto? Dirán algunos atrevidos. Pues claro que no. La única razón por la que dibujaba esvásticas, es porque había unos libros sobre la 2ª guerra mundial en casa, y me llamaba bastante la atención esa cruz extraña impresa en la portada de uno de ellos. ¿Yo que iba a saber? Aún no había venido Indiana a poner los puntos sobres las íes en ese sentido. Para mí, solo era una extraña cruz divertida de dibujar.

¿Y por qué Pepes? Se estará preguntando nadie ahora mismo. Porque reconocedlo, después de la movida nazi, ni os acordabais del tema de los Pepes. Es más ¿A qué me refiero con lo de los Pepes? Que nadie piense que estoy hablando de genitales femeninos, todavía quedaban unos años para que encontrase aquel libro sobre la evolución humana unas estanterías más arriba de los libros sobre nazis, con esa pareja desnuda, sonriente y despreocupada (años después juraría que el “Adán” de la foto, salía en “Dinastía”, pero eso no viene al caso). Además, no creo haber llamado nunca Pepe a los genitales de nadie, lo recordaría. Yo estoy hablando de Pepe, del nombre propio vamos.  

Así que armado con un rotulador carioca de color verde, me metí bajo la mesa del comedor, y empecé a dibujar esvásticas y a escribir Pepe como si no hubiera un mañana, con la espalda apoyada en el frio suelo, y la mirada fija en la parte de abajo de la mesa que quedaba sobre mí, como si fuera el techo de la capilla y yo fuese Miguel Ángel perpetrando sus frescos.

La cuestión es que dejé la mesa hecha una mierda. Lo de escribir Pepe de forma compulsiva podía tener su gracia, pero las esvásticas eran doblemente vergonzantes. Primero por lo que representa el símbolo (que sí, que luego vinieron “Expediente X” y “Cuarto Milenio” a explicarnos que el origen del símbolo era bien distinto, pero da igual, una esvástica sigue siendo una esvástica a estas alturas de la película) y después por la penosa ejecución de la obra pictórica, no había una cruz gamada sin defecto. No podrías asegurarle a nadie si las había dibujado un ser humano, o un canguro.

Mi obra tardó años en ser descubierta, porque normalmente las visitas no solían meterse debajo de la mesa del comedor. Hasta que finalmente ya en la adolescencia, yo mismo confesé mi delito pictórico, y convertí los bajos de la mesa en una especie de atracción de feria. Mostrándola sin criterio a cualquiera que no tuviera problemas en adoptar la incómoda postura que requería el visionado de la obra, y que además tuviese la suficiente madurez como para entender que, lejos de hacer apología de uno de los grandes males del mundo moderno, esos dibujos solo retrataban la inocencia de un niño, inocencia que era directamente proporcional a su gilipollez. De lo de Pepe, nadie hablaba.

Al final los dibujos se fueron aclarando con los años, como los tatuajes, obligando al curioso a forzar la vista para comprobar la veracidad de esta historia. Hasta que la mesa desapareció, como tantas cosas en la vida, que se van, dejando un recuerdo imborrable que nos acompaña hasta el final de nuestros días.

El porqué cosas tan nimias como esta, se convierten en recuerdos esenciales junto a otros de mayor calado e influencia en nuestra vida, es otra historia.

Pero no seré yo quien os la cuente ¡Que no soy psicólogo coño!… Anda mira, todo el texto escribiendo “genitales femeninos” para no decantarme por una de las formas populares de llamarlos, y va y al final suelto un “coño” …

En fin.

C´est la vie.

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