Algo temporal

Hilary Leichter. Alpha Decay 2021. Traducción de Inga Pellisa

“La Primera Eventual cayó de la cáscara de un meteorito y no brillaba con ninguna ambición particular. Los dioses tuvieron que clavarla al suelo para que no saliera flotando, tan disperso era este nuevo tipo de alma, tan propenso a la deriva. Los dioses no habían inventado todavía la gravedad. Esto fue cuando los sapos sin ocupación salían disparados hasta las nubes, cuando el empleo era el único peso honrado que se le podía aplicar a una vida”

“¿Y tú, a qué te dedicas?” Suele ser una de las primeras preguntas que hacemos a alguien a quien acabamos de conocer. Me produce cierta inquietud pensar que, para referirnos a una persona, haya que recalcar necesariamente su valor productivo, como si no pudiera ser algo más que una fuerza de trabajo. Si a la protagonista de Algo temporal le hicieran esa pregunta, tendría respuestas para todos los gustos: percebe humano, ayudante de un asesino a sueldo, organizadora de zapatos, o portadora de cenizas fúnebres. Vive en la eterna temporalidad, encadenando un empleo tras otro sin conseguir lo que, sin lugar a dudas, es la cosa más deseable del mundo: un trabajo estable.

“El trabajo de mis sueños es uno que dure”

El debut novelístico de Hilary Leichter es una sátira nihilista sobre los extremos que roza el capitalismo, una caricatura de la era de Linkedin, del coaching, del metacorporativismo, y de la precariedad laboral. Sí, otra vez la precariedad. La protagonista se ve absorbida por los tentáculos de la gig economy, que no es otra cosa que la sucesión de empleos temporales, específicos y precarios. Resulta difícil no pensar en esto cuando leemos en los medios que el job-hopping (saltar de un empleo a otro) es la última y sofisticada tendencia millennial. No, señores, no es que los millennials seamos desapegados, ni huyamos de la estabilidad y el compromiso: es que, encadenando crisis tras crisis, se nos ha negado el acceso a ello.

Con un ácido humor absurdo de tintes negros, Leichter vierte sal en todas las heridas abiertas por el mundo empresarial: el eterno bucle de las prácticas (no remuneradas, claro, te pagaremos en experiencia, porque sin experiencia no podemos contratarte), la falacia de la meritocracia, las horas extra que se transmutan en invasión del espacio personal, los sueldos escasos y congelados (pero compensados con fiestas corporativas y piezas de fruta gratis o mesas de ping pong en la oficina), los eternos procesos de selección en los que se respira la crucialidad, o el tratamiento de las personas como números (recursos humanos, ¿hay una forma menos humana de designar a una persona que reduciéndola a la categoría de recurso?).

“Intento todos los días sentirme cómoda mintiendo, para lo que practico sobre todo conmigo misma”

Otra de estas heridas, que incluso en el auge del teletrabajo sigue sangrando (quizá más que nunca), es la de la conciliación. Lo de las madres. Esas madres que hacen todo lo posible por incorporarse al mercado laboral, no quedarse atrás, romper el techo de cristal, conciliar, conciliar y conciliar, para acabar lidiando con dos trabajos: el de ser madre, y el otro.

“Mi madre sustituía a la Estatua de la Libertad. Mi madre sustituía a la Diosa de la Justicia. Mi madre sustituía al alcalde, y hacía campaña por los derechos de los eventuales de distrito en distrito. Mi madre sustituía a su madre. Mi madre sustituía a la madre de su madre. A la madre de su madre de su madre. Mi madre cotejaba datos, y lo que encontraba era sobre todo poesía. Mi madre sustituía al Funicular. Se estiraba de la montaña a la orilla, se estiraba la falda en forma de hatillo y transportaba faldadas de turistas, o eso decía ella.”

Después de esto, aún le quedan balas para apuntar sobre la capitalización a la que se han sometido todas las facetas de nuestra existencia. Cualquier experiencia se convierte en una oportunidad para acumular capital social, cultural, emocional… y si no, no merece la pena, nuestro tiempo es limitado, tenemos que ver otras pelis, conocer a otra gente, hacer mucho scroll. Con un historial amoroso que parece haber sido gestionado por medio de alguna app híbrida entre Linkedin y Tinder, nuestra antiheroína divide su tiempo entre la eterna búsqueda de la estabilidad y sus dieciocho novios, a los que denomina según sus destrezas, y cuyas fotos muestra orgullosa como si fueran zapatos nuevos. Porque, al lado de la inestabilidad laboral, la sentimental es un asunto menor. En esta fábula disparatada (¿disparatada?) ella solo es capaz de sentir mariposas en el estómago frente a una cosa: la expectativa de un empleo indefinido.

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