Nefasta Canasta

Siempre he sido un negado para el deporte, y digo un negado porque si intento buscar un adjetivo que se acerque más a la realidad, seguro que caigo en el auto insulto más brutal y malsonante, y no es cuestión. No obstante, en ocasiones he intentado fingir que tenía algo que decir en ese campo, más por sentirme integrado, que por mantener un cuerpo sano. Cualquier cosa que he podido hacer en el ámbito deportivo, siempre ha sido impulsada por algún icono de la cultura popular, verdadera zona de confort de un tipo como yo.

Así que un buen día me dio por jugar al baloncesto, motivado como no por Scott Howard, el hombre lobo adolescente interpretado por Michael J. Fox en “Teen Wolf” (La película, a la que aquí en España añadimos el colorista subtitulo “De pelo en pecho”) que no solo jugaba al baloncesto, si no que hacía surf urbano sobre el techo de una furgoneta, regaba a sus compañeros mordiendo latas de cervezas agitadas, te encontraba el hachís cuando lo perdías y un montón de cosas molonas más y también algunas otras cosas que tampoco eran para tirar cohetes.

Así que me fui a una cancha con un amigo a hacernos unas canastas, él y yo, mano a mano. Él iba a jugar al baloncesto, yo iba a jugar a Teen Wolf, el destino tenía otro juego en mente. La cosa transcurría con normalidad. Yo intentaba hacer piruetas imposibles y florituras varias con el balón, el intentaba mejorar su manera de jugar. De repente, cometió una falta, cosa que según me dijeron, me daba derecho a dos tiros libres.

Dos tiros libres, exactamente como Howard en esa escena mítica de la película, ese momento de aceptación de uno mismo, ese momento en el que decides que esas virtudes que todos admiran son realmente tuyas, y no te hace falta aullar a la luna para molar, ese momento en que Scott representa a todos los loosers del mundo a un paso de resarcirse ¿Mola eh? Pues sigue leyendo.

Yo estaba ahí parado delante de la canasta, botando el balón, mirando directamente al aro, cegado por el sol de justicia que hacía ese día. Lógicamente y de acuerdo a las leyes de la física, el balón botaba a velocidad normal, aunque en mi cabeza todo era épico y a cámara lenta. Las gotas de sudor resbalaban por mi frente hasta la punta de la nariz donde caían al vacío de la forma más cinematográfica posible. Casi podía ya escuchar los primeros compases de la canción “Win in the end” de Mark Safan.

Lancé la pelota y boom, dentro. No era decisivo, ni siquiera eran los últimos puntos de un partido que solo acabaría cuando nosotros quisiéramos. Aun me quedaba otro tiro, este era el de verdad, el primero podría haberlo fallado y habría quedado hasta mejor como recurso dramático en mi cabeza, pero daba igual, era el momento de la verdad, igual no era tan negado para el deporte como años después escribiría en Bunkerhill.

Como el sol me cegaba, yo ponía esa cara indigna que uno pone cuando mira al sol, los ojos como dos puñaladas en un melón, el ceño fruncido a lo Eastwood, y la boca abierta en una mueca de asco, como si hubiera bebido un trago de leche cortada. En ese momento, una sombra paso fugaz sobre mi cabeza, y de repente una sustancia viscosa con uno de los sabores más desagradables que soy capaz de recordar, entró súbitamente en mi boca. Dejé de botar la pelota, poseído por un repelús lovecraftiano indescriptible. Caí de rodillas al suelo llevándome la mano a la boca, intentando sacar de ella toda la sustancia que fuera capaz, a la vez que escupía en un frenético caos acompañado de la sonora carcajada de mi amigo.

Una paloma había decidido robarme el momento de gloria y había encestado su propio tiro libre con forma de caca, directamente en mi boca. Supongo que, en su mundo, esa paloma a la que maldije durante años, no era más que una negada para los deportes que quería sentirse integrada con los suyos. Pero es probable que solo fuera una paloma defecando como animal libre que era. Vete a saber. La cuestión es que yo estaba en el lugar preciso, en el momento menos adecuado, como John McClane.

Y es que cuando tienes uso de razón y empiezas a imaginar lo que te puede deparar el futuro, nunca piensas que probar a traición excrementos de paloma mientras juegas a Teen Wolf, sea una posibilidad. Aun con todo, que maravilloso es esto de vivir ¿No?

En mi imaginación, me recuerdo parado en una fotografía perfecta, en mitad de una arcada, mientras sonaba “Shooting for the moon” de Amy Holland, y salían los créditos…

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