Leña

Una vez conocí a un tipo, llamémoslo “M”, que tenía fijado con celo una moneda de 1 euro en el marco del monitor de su puesto de trabajo. “es para que no se me olvide por qué vengo aquí todos los días”. En otra ocasión conocí a otro tipo que todas las mañanas le llegaba un mensaje al teléfono que decía “eres pobre”. También para que no se le olvidara.

Cada uno dribla el hastío como puede, y no les culpo. Bastante tienen.

Una mañana, mientras caminaba por la calle me llegó olor a leña de una chimenea. Si el éxito tuviera un olor pienso que debería ser ese. Porque una persona que tiene prisa por llegar al trabajo no encenderá una chimenea, ni pasará por su cabeza eso de “tengo que ir a por leña”.

Yo siempre me he imaginado el éxito como si al llegar al final de una escalera larguísima te encontraras con una estancia enorme sin muebles ni sofá donde sentarte. Debe ser un lugar para ir a visitar más que para quedarse a vivir, como uno de esos palacios con largos salones y tapices en las paredes. Por otra parte, pienso que a todo se hace uno.

Se acercan elecciones y cada uno tenemos nuestra receta para lograr el éxito como sociedad. Puedo apostar a que el diagnóstico que hacemos todos es muy parecido, pero las formas de abordarlo son muy dispares. La gente discute acaloradamente sobre ello, mientras nuestros representantes eligen el tapiz que mejor les queda en su pared.

Los que ya tenemos una edad y hemos vivido unas cuantas campañas electorales ya nos sabemos el final de la película. Quiero decir que, gane quien gane, me puedo imaginar que mis amigos del principio seguirán teniendo su euro pegado en el monitor, y su mensaje programado cada mañana. Poco más.

El caso es que los días pasan muy rápido, y aquí no huele a leña.

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