Ava y la mermelada

Ava lleva años retirada, retirada del mundo. Algunas noches llama al periodista a quien ha decidido contar su vida, narrar su biografía y poner los puntos en la íes que le vayan saliendo del coño a ella, en definitiva. Así que algunas madrugadas sin avisar levanta el auricular y llama. Y dice lo que le apetece. Ava quemó etapas rapidito y con decisión, cuando Mickey Roonie empezó a faldear se divorció, sudó pollas de que llevaran menos de un año casados o de que él fuera la estrella más refulgente de todo el star system cinematográfico americano. Divoooorcio. Y amó a sus amantes y amigos, y abortó el hijo de Frank, Sinatra, porque dice que no lo soportaba y que no quería nada suyo. Así era la Gardner por lo que cuentan y por lo que dice ella. Valiente y decidida también se fue a España a ver arder las noches de Madrid y a follar con toreros. Y años más tarde acabó en Londres, y ahora llamaba algunas noches a un periodista, cuando le daba la gana o le apretaba la angustia o la pena o los recuerdos o saber que no le quedaba mucho tiempo. Ava le dijo a ese periodista del que ahora después buscaré el nombre donde sea y lo pongo que ahora paso de parar y ponerme a buscarlo, Ava le dijo “tronco, puedes decir que hice películas, que también hice de mi vida un desastre, pero nunca que hice mermelada”.

Nunca hice mermelada.

Ava tronca, has dado tú, desde los años y tu tumba calentita, de repente, con esa frase tonta y brutal, con la disyuntiva fea que me arrastra muchos años y de la que sigo sin recuperarme, tal vez con el asunto central de un montón de vidas, o al menos de sus desasosiegos más íntimos y profundos, y ahora debería sentarme delante de esa duda bomba con suficientes argumentos como para no sentirme una silla vacía y coja.

¿Mermelada o desastre?

El desastre es la aventura Ava, es el amor cambiante y de marejada y la pasión, el arte, la excentricidad, las madrugadas y el desenfreno. Son nuevos trabajos, rutas desconocidas, dormir bajo las estrellas y olvidar y seguir. El desastre es no amarrarse nunca para que el viento te meza si es suave y te lleve a otro sitio si es violento y salvaje. Joder, el desastre es el alcohol y la noche y Madrid y las luces, y más ciudades en las que vivir y escribir y romper todo, todo ese maravilloso desastre Ava, está ahí, para ti, para mí. Esperando. Y necesita una chispa pequeña como un protozoo para prender y volar en gigantes pavesas. Joder, la aventura, el desastre, claro. Porque la mermelada, Ava, es como una cárcel de Piranesi. Una mazmorra, un desierto cómodo con avenidas, un perro muy grande que acaricias alargando mucho el brazo, pero que puede que esté muerto. Que a lo mejor es que ni respira, no sé. Pero está ahí, y no te ladra, no te duele, o te duele de otro modo, y te espera cuando vuelves, por largo que haya sido el día, y cuando hace frío te arropa, la mermelada te arropa, con su calor de hogar, recién hecha. Todo eso es hacer mermelada, ¿verdad Ava? Tú no has querido hacer mermelada en tu puta vida porque la mermelada se hace en una casa, en una casa con alféizar donde poder poner a enfriar la mermelada y las tartas de manzana y la vida, para que la vida esté fría, atemperada al menos, y nadie quiere comerse una vida fría, o no debería. ¿No, Ava?

Pero luego tú dices que has hecho de tu vida un desastre. Joder, ¿no hay otra vía? ¿Es el desastre o la mermelada? Son los hijos, la tranquilidad, que te abracen en el sofá y te quieran y te pongan una peli y hacer la cena ¡¿o el desastre?! ¿Dónde está la tercera vía, no existe en la vida ni una sola escapatoria real, Ava? ¿Esa es la verdad, es lo que me quieres decir ahora, a través del tiempo y la distancia, en esta llamada telefónica que le hiciste a un periodista cualquiera hace chorrocientos años para que lo pusiera en tu biografía y que yo ahora leo en un artículo con total naturalidad y me parte por la mitad sin previo aviso?

Luego tú te negaste a que esas conversaciones aparecieran y no fue hasta muchos años después de tu muerte que se pudo editar y entonces leímos que no hiciste mermelada, eso ya, pero que hiciste de tu vida un desastre, que sufriste, que estuviste triste y sola, que te trataron mal, que no te quisieron con cariño, que se aprovecharon de ti, de tu talento, de tu trabajo, de tu vida, que no creaste una familia ni un círculo real de personas que te pudieran recoger en la caída, tirar abajo la puerta en tus días tristes o llevarte al doctor cuando tosías fuerte. Joder Ava, ¿es siempre todo o nada, es siempre desastre o mermelada?

Yo he hecho desastres para llenar estadios, tuvieron que derribar el Vicente Calderón para que cupieran más desastres míos, no esa excusa de nuevos edificios. La calle del desastre lleva mi nombre y nada hay para lo que tenga yo un mayor talento y dedicación que para un buen desastre. Me salen solos, se me caen los desastres de los bolsillos.

Pero también he hecho mermelada, y muy rica. Abrazo y cuido y me hago de querer, y quiero un día saludar a mis hijos y reírme de ellos cuando la caguen y hagan sus pequeños desastres. Y cuando sea muy old man y me sienta solo quiero que alguien me abrace, no quiero llamar en mitad de la noche a un puto periodista que me la suda para contarle lo que hice, lo que me duele y cómo no me dieron los premios que merecía.

Entonces, ¿qué hacemos Ava, nos dedicamos al desastre o a la mermelada? Ya no hablo de creación o de música o de arte, hace años que no me creo para nada la milonga de desastre=arte, mermelada=artesanía, no es verdad y lo sabes Ava, o sí, yo qué sé, pero hablamos de otra cosa, de la aventura y la emoción contra la felicidad y el árbol de navidad y la comida en el horno y la manta. Hay quien lo tiene todo, en algunos momentos pilla el equilibrio durante algunas semanas, pero nunca funciona, no conozco el caso de alguien a quien le camine el invento más de unos kilómetros, luego se desconectan las piezas.

Yo no lo sé Ava, a veces me siento solo y quiero mermelada, a veces me siento solo y quiero desastre. A lo mejor es que el problema es la soledad siempre, y no la elección.

Y así nos tenemos que enfrentar a todo, puede ser, también a la creación, y a las canciones, tal vez, a los libros, a las películas, eligiendo de algún modo nuestro grado de clasicismo o destrucción, de conservadurismo o vanguardia, qué hartazón, cuanta elección, que ruina de duda continua, otra vez, y es que yo creo que en el fondo todo va un poco de eso, no sé si ha quedado claro, entre tanta compota y muerte, en estos párrafos.

Qué sé yo Ava, que estaba yo leyendo y dices eso, y me remueves un poco, y miro atrás y ha pasado mucho desastre y mucha mermelada, por mi vida y por la tuya, supongo, y miro adelante y te juro que no veo muy claro qué es lo que viene, pero no quisiera hacer de mi vida un sitio horrible en el que estar, ni un sitio maravilloso del que me quiera ir.

Voy a repetirlo antes de irme. No quiero hacer de mi vida un sitio horrible en el que estar ni un sitio maravilloso del que me quiera ir.

Pongo a calentar agua, Ava. Si es para escalfar cerezas o para ducharme y salir al mundo, eso, ya lo veremos.

Maldita Ava.

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