Los Nuevos Ministerios

Camino por la Castellana, calle arriba. Bordeo gruesos comentarios de porteros y reniego de pretenciosos escaparates de tiendas de decoración al margen. El sol cae como un año y arrastro mi camiseta de algodón raída entre corrillos de ejecutivos ejerciendo su particular vacío diario.

Llevo la cámara en una mano y en otra el trípode. Tengo que hacer unas fotos para un proyecto en el que estoy trabajando. Me coloco frente al solar y miro la hora. Contemplo con miedo la rápida puesta de sol y las dos rayitas de batería que le quedan a la cámara. “Eres idiota, tendrías que haberla cargado, siempre igual” pienso mientras despliego los tres tramos de cada pata del trípode. Estoy cansado pero no sé exactamente de qué. Hay calles que huelen a lo peor de uno mismo y sin duda esta (o al menos este punto concreto) es una de ellas.

A la izquierda de mi encuadre asoman los Nuevos Ministerios. Pienso en qué momento algo llamado “nuevo” tendría que dejar de serlo. Como el Camp Nou o la Nouvelle Vague. El conjunto de edificios es un ejercicio solemne de arquitectura racionalista. A mi no me gustan demasiado y difícilmente me remiten a algo novedoso pero el granito es una buena metáfora de cualquier burocracia así que lo dejo pasar.

Sigo absorto en mis pensamientos hasta que llegan unos chavales que me piden que les haga una foto. Me dicen que se me ve buen fotógrafo. Son unos adolescentes de maneras más que correctas y una especie de ilusión que casi no encuentro ya en nadie de mi generación así que accedo. Se estarán saltando una clase de dios sabe qué y se les ve felices y hermanados. Me recuerdan muchísimo a cuando Carlos, Álex y yo nos saltábamos la clase de lengua para poner al día nuestras aspiraciones al borde de nuestros primeros cafés con leche.

La imagen de los tres chicos en la cima de su alegría me paraliza. Uno de ellos me da su correo. No es una dirección estúpida como la que tenía yo a su edad. Se marchan aunque no parece que lleven ninguna dirección concreta. Divago por esa imagen y gasto otra raya de batería en ella. Qué felices parecen joder. Una inconsciencia previa a todos los ministerios que irán abriendo al paso de los años. Primero vendrá el de transportes, yendo de una ciudad para otra como si se les hubiera perdido algo. Relegando la adolescencia a mera delegación extranjera con miles de puertas cerradas. Luego vendrá el de economía, precario como un pañuelo de papel en el suelo con algo apuntado. Ah, serán afortunados si dentro de ellos se establece el ministerio de trabajo, pero que por favor no se esfuercen demasiado por si acaso.

Yo paseo por mi particular ministerio de sombras y resquicios y acaricio los pomos de las puertas cerradas de todo lo que no funciona. Veo salas llenas de gente que desconozco pero me resulta tremendamente familiar. Me asomo al patio donde los funcionarios de mi infancia fuman cansados como si de ellos ya no dependiera nada. Me preocupa la luz indirecta que adorna el espacio como una manta hecha de mil inviernos. Corro hacia el salón de actos. ¡Están todos! Todos los Pablos, Carlos, Álex… ¿pero en qué momento nombré ministros a todos estos personajes? Me marcho corriendo esperando que nadie se haya dado cuenta pero deseando que sigan con lo que quiera que estuvieran haciendo. El cuadro de Jotaele cuelga al fondo al menos. El jefe de aquel estado. ¿Y todos estos hombres y mujeres de gris? Divagan como un ejército de sombras sin patrón reconocible. Cojo a uno del brazo y me señala una lista en la entrada. Dios santo, qué miedo. Voy corriendo y la visión es escalofriante. Miles de listas con personas que opositarán a cruzarse conmigo algún día. A trabajar de extra en el plano último de mi alegría o en el desenlace fatal de mi tristeza. Hay de todo, celadores, conductores, doctoras… ¡y hasta una vacante de enterrador!

Con la respiración entrecortada repliego el trípode. La tarde ha caído a plomo y los ejecutivos se aflojan corbatas o cinturones y se enzarzan en problemas domésticos a bordo de sus airpods. La batería se ha agotado y las fotos son un desastre. También las de la memoria.

Buenos muchachos.

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