El Ojo de Ray

Hace no mucho, quizá dos meses, me crucé con Ray Loriga por la calle. Iba con la mascarilla de rigor y además un parche. Me había armado de valor y había decidido ir al centro en uno de esos ya piojosos coches eléctricos de alquiler. Después de dar mil vueltas salí de Génova y lo dejé como pude enfrente de la sede del PP. Lleno de maldiciones y culpable por llegar como siempre tarde me crucé con Ray. Una versión extraña de Ray. Me había cruzado dos veces antes con él pero no nos adelantemos.

Oí hablar de Ray Loriga por primera vez en 2003. Yo acababa de llegar a Madrid y alguien me dijo: “tío te pareces al protagonista de Héroes”. Supongo que porque no encontraba demasiados motivos para ausentarme de mi cuarto. Pero todo aquello que yo deliberadamente intentaba colarle a mis incipientes amigos, solo era una excusa para ocultar las infinitas horas de dibujo de primero de arquitectura.

Independientemente de mi cuestionable parecido con el protagonista, entendí que tenía que conseguir ese libro como fuera. Fui a las librerías más típicas: casa del libro, fnac… nada, descatalogado. Para un recién llegado a Madrid encontrar un libro en una librería de segunda mano se antojaba complicado pero lo intenté. Después de recorrer el barrio de las letras y Conde Duque llegué a una pequeña librería de la calle La Palma, “arrebato”. El chico, incómodamente guapo y con una voz que atravesaba el espacio-tiempo, me miró con ojos bondadosos y me dijo: “no lo tengo pero te lo consigo”. Francamente no le di mayor importancia hasta que cinco meses después me llegó un sms: “Aquí tenemos Héroes, pasa cuando quieras”.

Yo estaba de vacaciones y pedí a una amiga que se acercara: “dime que venga a recoger lo que quieras, este tío es guapísimo”. Me alegró pensar que yo ya lo sabía pero sobre todo me alegró estar por fin tan cerca de mi preciada búsqueda. Lo que sucedió después, ES HISTORIA. No no, ¡qué va a ser historia! ¡si yo no soy nadie! solo os estoy contando que me crucé con Ray Loriga. Pero Héroes, supuso sin duda un antes y un después. Todas estas palabras, mi primer y frustrado libro, mi actitud, mi forma de vestir, las botas… todo procede del universo de Ray Loriga. Ese barrizal de recuerdos y tormentos que es la adolescencia, las conversaciones intrascendentes de las que años más tarde no consigues salir… Leer la frase “Olvídate del mapa pero no te olvides del tesoro” cuando estás inaugurando una de las etapas más cruciales de tu vida es algo que te transforma. Y como esa cientos. Cada página albergaba un aprendizaje brutal y a esas alturas ya no sabía si yo era un personaje de Ray Loriga o quería ser Ray Loriga, pero sí sabía que le iba a seguir siempre.

Tres años más tarde, me fui a vivir a la calle Martín de los Heros, cerca de los cines princesa. Para entonces yo ya era un boceto de arquitecto y un todavía peor boceto de escritor maldito. Bebía Whisky solo aunque lo odiaba, hacía colas en todos los garitos de moda aunque los odiaba y sobre todo escribía relatos que por supuesto también odiaba. En cambio me encantaba desayunar en el Viena Capellanes a las once y media después de haberme pasado toda la noche dibujando. Uno de esos días, estaba perdido en mi cuaderno dibujando cualquier cosa (seguramente el museo Cerralbo que se intuía tras el visillo), cuando una voz me dijo señalando el periódico: “perdona, ¿has terminado”. Le dije que sí y cuando levanté la cabeza, Ray Loriga buscaba una mesa para leerlo. Me quedé helado y más cuando el camarero le dijo: “es que están todas arregladas para la comida, si no le importa compartir con el jóven.” Yo hice un gesto invitándole a sentarse y él me devolvió una mueca amable. No hablamos nada ni intercambiamos ninguna frase. Yo estaba petrificado y no me salía la voz hasta que me despedí y abandoné el bar envuelto en una nube de mi mismo.

Pasó mucho tiempo, como pasaron los libros de Ray Loriga uno detrás de otro, marcándome como tatuajes. Coincidiendo con la presentación de Rendición, se organizó un evento en Madrid en el que los escritores se convertían en libreros durante una noche. En Tipos Infames estaría Ray. Y bueno, dejando atrás la mitomanía y la vergüenza me presenté dispuesto a que me recomendara algo. Yo estaba hecho un flan y le dije algo sumamente obvio “El principio de Lo Peor de Todo me ha marcado de por vida”. Como si pudiera no hacerlo en la vida de cualquiera. Estúpido yo. Y cuando estaba apunto de rociarme de gasolina y prenderme fuego a lo bonzo, él se puso a recitarlo de memoria. Bendito sea Ray apagafuegos. Bendito seas para siempre. Para colmo me dijo: si te gustó ese libro te gustará este: Poemas de William Carlos Williams. No había ciudad cuando salí de la librería. Teniendo en cuenta que Patterson (película de Jarmusch basada en la vida de Carlos Williams) era una de mis favoritas en ese momento -todavía lo es-, parecía que Dios estuviera tocando todos sus grandes éxitos (ojo, esta metáfora no es mía, es de Ray).

Pasaría otro tanto tiempo hasta que decidiera coger un maldito coche eléctrico, callejear, llegar tarde y mal, y cruzarme por última vez con Ray Loriga. Me refiero al pequeño porcentaje de Ray Loriga que quedaba si quitabas botas, abrigo, mascarilla y ahora parche. Pensé que sería la típica excentricidad de una leyenda pero semanas después leí en El Mundo que le habían quitado un tumor y todo lo que eso conlleva. Por supuesto me sentí estúpido de heberle atribuido ese ornamento sin darle ni media vuelta. Y aliviado: Ray había vuelto a ganar, o empatar… francamente cualquier metáfora se me antoja ridícula.

Además os tengo que dejar que llego tarde. Tengo que cruzarme de nuevo con Ray, quizá, en tres años.

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