Público Paciente

Creo que últimamente nos estamos exigiendo poco como público. Como público activo. Nos hemos acostumbrado —y eso tiene mucho que ver con la forma de consumo actual y de cómo nos venden las cosas y de cómo diseñan nuestro ocio—, a ser un público paciente.

No paciente de paciencia, paciente de pacer. Rumiamos contenidos —ay que palabra más fea madre— durante largas horas de atracones de series o playlist, donde el valor más importante es poder consumir sin distracción la mayor cantidad de minutos. Deberíamos puntualizar esto, no creo que la palabra sea distracción, distraídos estamos, vemos las series con los móviles en las manos y escuchamos las músicas con las pantallas encendidas. Lo importante es que el producto sea accesible y no requiera demasiada de nuestra atención e interacción.

De ahí que prefieran series de decenas de capítulos en las que como público entras, sales, vas al baño, cenas, compras algo en Amazon y vuelves a sentarte, donde las historias se van repitiendo en letanía para que no te pierdas del todo, en lugar de concentrar una historia en una hora y media de atención plena y activa. Por supuesto hablo simplemente del formato, hay cantidad de grandes series y grandes discos y grandes obras actualmente, lo que vengo un poco a discutir es, repito, el formato. Creo que está diseñado para que pasemos por encima de él y no nos centremos, no actuemos, no interactuemos con la cultura, para que seamos espectadores pobres. Como dice David Byrne en “Cómo funciona la música”, todos somos como creadores y como público más hijos de nuestro tiempo (tecnológico) de lo que pensamos. Yo siempre me he sentido más público que creador, le robo la frase a Óscar, de Varry, que lo repite en cada entrevista, y con el que coincido al cien, siempre seremos más público que creadores. Cuando dejo de ser público me siento mal, me empobrezco y no me divierto.

Ante esto, creo que deberíamos luchar por ser un poco más activos como público, cuando me refiero a esta actividad frente al pacer paciente que nos proponen, no intento criticar la calidad de los contenidos —que palabrita, uff—, sino al modo de llegar a ellos y de consumirlos. De cómo descubrimos esas obras, cómo nos relacionamos con ellas, qué sentimientos encontramos, cómo nos define y conforma la propia elección de lo que vemos y escuchamos. El ocio como consumo es vacío y triste. El ocio no puede ser una pérdida de tiempo, sino el tiempo más interesante, activo y emocionante que nos da la vida. El ocio no puede ser apagar el alma, sino encenderla y emocionarla. No me confundan este discurso con alta cultura y mierdas, la cultura es el baile, la poesía, el trap y la cocina. Todo lo que emocione y aliente, por eso creo importante no pasar por encima del ocio como meros consumidores compulsivos.

Siempre pongo un ejemplo muy viejo y muy marchito, que además saca a la luz el saco de años que ostento. Cuando niño, incluso de adolescente, cuando un disco o artista me gustaba, mi única vía de llegar a más era bucear en un libreto de cd cassette o funda de vinilo y buscar entre los nombres de desconocidos alguna referencia que me pudiera llevar a descubrir qué era eso que me gustaba, quiénes habían influido en esa obra y dónde había más de eso que tanto me llamaba la atención. Aprendías los nombres de productores o letristas para intentar encontrar en alguna revista, en algún libro de la biblioteca o en las carátulas de El Corte Inglés el siguiente eslabón en la cadena. Podías pasar horas en un centro comercial hasta elegir, por un montón de datos casi inventados por ti mismo, cuál era el disco que iba a gustarte o emocionarte. No podías fallar. Las generaciones de mis tíos hablan igual del cine, de sus viajes a capitales de provincia donde solo durante unos días podía ver el último estreno de un director que les fascinó una tarde en un cine club.

Yo no quiero volver al pleistoceno y adoro el mundo actual. Pero siento que tenemos la mayor cantidad de cultura de la historia a nuestro alcance las 24 horas al día, y tal vez nos encontramos en el momento en que más similares son nuestros gustos, escuchas y visionados.

La interacción, esa búsqueda que realizábamos, me hacía actuar como público, ser partícipe de esas obras y por tanto definirme a mí mismo como persona y cuáles eran pues mis referencias, mis clichés, mis piedras de toque, los elementos con los que finalmente conformaría mi personalidad y mi emocionalidad.

Escuchar algo en la radio, la recomendación de un amigo, una charla en la que hablando de música te ponen al día de toda una tradición que desconoces y que ansías llevarte a las orejas, o una filmografía que nunca has podido tener delante y una novia te detalla con emoción.

La transmisión de las obras por parte del público, las recomendaciones, la sensibilidad del oyente transmitida al otro oyente es tan importante como la obra en sí. No es un boca a boca comercial, es la cultura misma pasando de una persona a la otra, a través de una canción, un cuadro, o un libro, que ni siquiera conocemos.

Esa parte activa y aventurera, buscar, cazar, avanzar, pescar referencias, toda esta aventura de ser público, está en cierto modo en las antípodas del consumo fácil de lista de reproducción seleccionada “para ti” por un algoritmo o de las series “para ti” que te dispara sin preguntar tu plataforma de vídeo favorita.

Alguien te recomienda un libro desde su corazón, su crítica y su emoción o raciocinio. Netflix te recomienda una película desde tu búsqueda comercial en Amazon. No lo olvides.

Cuando te dicen algo bonito de una película o un cuadro, cuando hablas sobre una obra con alguien, esas obras están con nosotros, estamos actuando con ellas y sintiendo en su totalidad el valor que se genera sobre una creación. Así nos volvemos público.

Público de verdad. Válido. Por nuestra intuición, por nuestra búsqueda y nuestra aventura de descubrir talento, risa, baile o tristeza. Por encontrar la emoción. Ahí somos público activo, avezado, en movimiento, valiente, y seguramente feliz. Ni paciente ni receptor, recibiendo durante horas y horas sin ninguna dirección ni decisión propia.

No digo que haya que volverse loco y salir corriendo a la calle a buscar películas en las paredes y músicos en las aceras.

Pero piensa siempre cuánto de lo que consumes ha sido encontrado, buscado, elegido o seleccionado por ti mismo. En una búsqueda activa, en una acción tuya hacia la cultura y el ocio. Y no desde las plataformas de ocio hacia ti. Cuánto de lo que tienes y te conforma, porque nos conforma la cultura y la elección de nuestras propias referencias, cuánto de lo que te emociona, te sirve y te hace vivir, llega de un paso que tú has dado, y no simplemente por estar delante de una pantalla.

Que no te arrojen contenido.

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