Villanos: Acabose (3/3)

No conseguíamos quitarnos la resaca del primer concierto. Habíamos salido ilesos de aquello. Podíamos caminar por el barrio con la cabeza bien alta. Pero necesitábamos otro chute de adrenalina, y fuimos a por ello. Lo que en ese momento no sabíamos, es que el primer objetivo cumplido, el ansiado directo, más que una fuerza motora de motivación superlativa, iba a resultar ser el principio del fin. Para algunos, el pistoletazo de salida hacia algo más, para mí, el mortal acomodamiento tras llegar a la primera meta. Pero aun nos quedaban cosas por decir. 

Vale espera, antes de que empiecen las curvas. Sé lo que te estás preguntando ¿Y los excesos? ¿Es esto un relato sobre una banda de Rock?  

Vale va. Es cierto que dije que en el local de ensayo lo más fuerte que habíamos consumido eran rosquilletas. ¡Pero es que era un aula de preescolar! ¿Qué clase de personas pensáis que éramos? Otra cosa ya es el parque que había en frente del colegio. Tampoco éramos hermanitas de la caridad. Cómo sois. Necesitáis una buena anécdota ¿Verdad? Como la de Ozzy y las hormigas. O algo más tropical, como la de Keith y el cocotero. De Lemmy en el Rainbow hay unas cuantas ¿Y qué me dices de Robert Plant con las anguilas? Esa es muy fuerte la verdad. Venga, que os voy a contar una. 

Llevábamos toda la noche de jarana. Ya se había hecho de día, así que lo mejor que podíamos hacer era ir a desayunar a algún sitio. Todo el mundo se pidió cosas lógicas tipo café, churros o zumo de naranja. Yo no. Yo me pedí un vaso de whisky y un croissant. No os lo recomiendo, pero ése era el nivel aquel día. Tal y como entró el escocés, salió. Después de recomponerme un poco, nos fuimos a casa. Miguel “dormía” en la mía, pero como llegamos ya con el sol en todo lo alto, nos enfundamos el pijama, y nos pusimos a ver la programación matinal.  Mientras yo intentaba fijar la vista en los dibujos animados, Miguel jugaba con su mechero. La cuestión es que debió acercarlo demasiado y mi pijama resultó ser más inflamable que el coloso en llamas. En apenas segundos me había convertido en la antorcha humana. Miguel, en un alarde de sobriedad responsable, sabiéndose el provocador del entuerto pirotécnico en el que me veía envuelto, se lanzó sobre mí con una manta con la intención de apagarme. Lo consiguió. No hubo bajas que lamentar, más allá del horrible pijama nuclear, que quedó hecho jirones con olor a pirólisis. Después de un ataque de risa nerviosa de una media hora ininterrumpida, caímos en los brazos de Morfeo.  

Vale, hasta aquí la anécdota que viene a resumir los excesos típicos que toda biografía del rock que se precie, debe tener. Alcohol, combustión espontánea y esas cosas. No esperes mierdas del tipo “Lanzamos la televisión por la ventana del hotel” ¿Sabes cuánto cuesta una televisión? ¿Y si le da a alguien cuando pasa andando por debajo de la ventana? Quita, quita… Qué movida. 

¿Por dónde iba? Vale sí, el principio del fin. 

El colegio que nos servía de local de ensayo organizaba una fiesta de fin de curso, y habían pensado en amenizar la velada con un poco de música rock. Nosotros éramos la comida, y alguien estaba efectivamente hambriento. Así llegamos a nuestro segundo y último directo.  

Los chavales corrían de un lado a otro, bebían refrescos y comían ganchitos, pegaban arrítmicas patadas a los globos que cubrían casi por completo el suelo, y algunas veces, los pisaban por el mero placer de ver cómo explotaban.  

Nosotros nos mirábamos estupefactos mientras ejecutábamos los temas uno tras otro, sin ninguna repercusión. Nadie, absolutamente nadie, nos prestaba atención. Si alguien hizo fotos, no me extrañaría verlas expuestas en algún programa de Cuarto Milenio, con un sorprendido Iker Jiménez diciendo: 

“La persona que tomó la extraña fotografía, asegura que no había ninguna banda tocando sobre el escenario”  

Si hubiéramos cambiado las letras de las canciones por insultos al profesorado, al alumnado, o incluso a sus padres, nadie se habría ofendido por ello. De hecho, alguna animalada colamos con idea de llamar la atención. Pero ni con esas. 

Después de aquello, necesitábamos pegar un golpe sobre la mesa, dar un giro de 180 grados. Necesitábamos un objetivo común. Componer nuestros propios temas, mejorar nuestro sonido. Pero, sobre todo, necesitábamos priorizar de la misma manera los cuatro. Los ensayos, cada vez menos frecuentes, solían recibir la visita de dos chavales. Dos guitarras que encarnaban, por un lado, la técnica, mucho más excelsa que la mía, no tanto más que la de Durán, que pese a no encargarse de los solos (por vete tú a saber qué absurdo orden de las cosas), era, y es, un guitarrista bastante competente. Y por otro lado, la actitud. Ellos querían crear algo. Nosotros, solo hablábamos sobre ello.  

Recuerdo el día de la disolución con cierta tristeza. Los cuatro hablamos de que la cosa no avanzaba, de que cada día era más difícil ponerse de acuerdo para ensayar, porque siempre salían planes mejores. Nada de lo que se dijo aquel día fue falso. Los problemas del grupo eran los que eran, y fueron fielmente retratados. Lo único que no se dijo en aquella reunión es que más que una disolución, se trataba de un cambio de rumbo. Que la mejora en el sonido que necesitábamos solo tenía dos caminos:  

O la mejora de nuestra técnica, o la sustitución de algunos de nosotros por músicos más experimentados.  

El camino que se eligió, fue el segundo, aunque perfectamente mimetizado con el primero. Visto con los años, era la mejor opción. La senda más lógica al siguiente nivel. Un ejercicio de practicidad envidiable. Y estoy plenamente convencido de que, de haberse planteado desde el principio de esa forma, nos hubiéramos resistido al final de la historia. ¿Pero habría cambiado eso el resultado? Seguro que no. Mis prioridades eran otras, eso era cierto. Mis días pasaban entre ir al cine, salir por ahí, estar con mi novia, y pensar qué hacer con unos resultados académicos cada vez más desconcertantes. Además, nunca había sido un buen guitarrista, no encontraba la motivación suficiente para mejorar mi técnica, y eso era frustrante. No sentía que el grupo avanzase, simplemente porque yo era incapaz de avanzar con él. Durán podría haberse adaptado técnicamente a los cambios, de eso estoy seguro. Pero supongo que estaba de acuerdo en que Villanos no daba más de sí, y así lo manifestó. Así lo manifestamos los cuatro.   

Carlos y Miguel, los dos pilares sobre los que se levantó la banda, sí tenían claro el camino más inmediato.  

Semanas más tarde, una compañera de instituto, vino a decirme que tenía muchas ganas de vernos en directo. A lo que yo contesté que iba a ser imposible, porque el grupo ya no existía. Ella se quedó sorprendida porque pensaba que el concierto al que iba a ir la semana siguiente era un concierto de Villanos. Pero no. Era un concierto de Jauría. Una nueva formación, en la que Carlos seguía en la batería y Miguel en el bajo, pero que contaba con un sonido que nada tenía que ver con el de Villanos. Un sonido que además estaba al servicio de temas de composición propia.  

Mentiría si no dijese que me tomé el asunto con toda la negatividad, que un quinceañero que escucha Alice In Chains en plenos años 90, es capaz de acumular en sus tripas. Pero también mentiría si dijera que esa sensación duró más de dos días. Al fin y al cabo, en aquella última reunión como grupo, nadie manifestó su intención de dejar la música para siempre. La idea de “O Villanos, o nada” es bastante ingenua, a la par que estúpida, y a mí la estupidez propia, me molesta mucho más que la ajena.  

Yo mismo estuve aplaudiendo a mis amigos poco después, en un concierto de los mencionados Jauría. Y también compré la maqueta de Madame Lampare, la fantástica banda que vino después.  

Y es que las bandas vienen y van, los miembros entran y salen (igual no es la frase más afortunada) de sus formaciones, pero la villanía… 

La villanía amigo, es para siempre.  

EPÍLOGO 

Vicente Durán, no ha dejado de tocar la guitarra, y además canta. Si buscas en Youtube “El chico del puente” sabrás a qué me refiero. Un mariachi moderno tocando, como él suele decir, en la fucking Street. No dejes de verlo. 

Miguel Zapata es el cantante, bueno, el increíble frontman, de The Black Waste Factory, extendiendo el Cabanyal Soul con sus muchachos, por todas partes. En cuanto se vuelvan a subir a un escenario, tenéis que ir a verlos. Recuerdo verlo tocar el bajo en Villanos, callado y concentrado… ¿Quién iba a sospechar que era James Brown reencarnado? 

Carlos Salvador tiene un poco abandonadas las baquetas, espero que temporalmente. Aunque sigue tocando el tabalet, y de vez en cuando toca cajón y percusiones con un trio sin nombre.  

¿Y que ha sido de mí, musicalmente hablando?  

Después de muchos años fingiendo que toco bien la guitarra, y cantando en karaokes, cortometrajes y por supuesto, en la ducha… 

Me he unido como cantante a los FOCK y esperamos hacer mucho ruido próximamente. 

Villanos no tendrá una gira de reunión en el 2007, es difícil hacer algo en el 2007 cuando estás en el 2021. Pero ¿un documental?  

Joder, espero que sí.  

Por cierto, teníamos un fan que no se perdía ni un ensayo, ni un concierto… 

Sergio De La Vega, esto también te pertenece un poco. 

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