Otro verano sin bailar la danza O-Bon

Recuerdo cuando regresábamos al colegio después de unas “merecidas” vacaciones y la profesora te decía que hicieses una redacción sobre lo que habías hecho durante ese tiempo.

Anticipándose al slasher de los noventa, ella ya quería saber lo que habíamos hecho el último verano. Era fácil imaginársela con un chubasquero y un gancho afilado en la mano. Bueno, era fácil si anticipabas las tendencias del nuevo cine de terror adolescente que estaba por venir, o mejor dicho, por regresar.

Muchos nos enfrentábamos por primera vez al temido folio en blanco. Ese del que hablan los escritores de verdad, que es el mismo que utilizamos los de mentira, para sentirnos parte del club.

¿Qué podía yo poner que resultase realmente interesante?

Podía contar aquella vez que buscando la chancla que se me había caído desde el balcón, pisé por accidente una madera podrida, quedando atrapado mi pie en un agujero por el que empezaron a salir, como si fuera la manada de ñus que mató a Mufasa, decenas (por no decir cientos) de cucarachas.

O cómo no había podido conciliar el sueño en todo agosto, porque una pesadilla recurrente me amenazaba noche tras noche. En esa pesadilla, mi primo saltaba desde lo alto del bloque de apartamentos, e iba rebotando tranquilamente toldo tras toldo hasta aterrizar ileso en el césped diez pisos más abajo. Al imitarle yo, todos los toldos se rompían a mi paso hasta que acababa estrellándome irremediablemente contra el mismo césped, ante la atenta y sonriente mirada de mi primo.

O cómo me había pasado un verano entero en el chalet de la vecina, cuyo padre era “creador de juegos de mesa”, jugando a una de sus más arriesgadas creaciones: “El juego de la foca”. Cuyas reglas eran sospechosamente parecidas a “El Juego de la oca”

O aquel día, que con un vaso de chocolate caliente abrasándome los dedos (como si de café Tacilla se tratase), fui a ver al cine de verano “Oscar, Kina y el  laser”

Supongo que nada de esto hubiera llamado la atención de ese público difícil que eran mis compañeros de clase. Ya que estaban (yo incluido) más preocupados por dominar el miedo escénico que te producía tener que salir a la pizarra, a recitar con cierta gracia toda esa lista de sucesos veraniegos.

Y así como la colaba entonces, te la estoy colando ahora, amable lector, que has empezado a leer este texto sin tener muy claro hacia donde iba.

La profesora lo que quería era ponerte un poco en marcha, después del paréntesis de farra, descontrol y bocadillos de Nocilla que suponía el periodo estival.

Y eso es lo que he querido hacer yo conmigo mismo escribiendo este texto, romper mano, romper el hielo también se puede decir… desentumecer los músculos.

Me gustaría poder decirte que este verano visité Okinawa con mi Sensei, para poder darle el ultimo adiós a su padre. Y que una vez allí, viejas rencillas suyas (y otras más nuevas) y más mías, me habían llevado a luchar a muerte en las ruinas de un templo, en plenas fiestas locales, después de haber bailado la danza O-Bon.

Y que al final Peter Cetera cantaba “Glory Of Love”

Pero mira no.

Otro verano sin bailar la danza O-Bon.

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