Fuckable Men

Marta encuentra entre sus cosas una libreta de cuando era adolescente. En ella están apuntados los nombres de 100 hombres con los que se plantea encuentros de distinta naturaleza.
Marta Díez San Millán

9/100. Kevin Spacey

Nombre real:Kevin Spacey Fowler

Edad actual: 62 años

País: EE. UU.

Altura: 1’78 m

Movía la cabecita como un perro de adorno de coche, un extraño amaneramiento que me hacía suponer que quizás no le interesaba apriorísticamente, expresión que de hecho le oí decir a él por primera vez en mi vida. “Apriorísticamente”, hay que ser pedantón, Kevin, hay que serlo de verdad, óyeme.

Era tan inteligente y tenía los ojos tan brillantes que mi deseo desbordante e in crescendo me hacía confiar con fuerza en que valdría para los dos; que compensaría la ausencia del suyo. La envidia de pene me corroía y para aplacar aquella frustración llenaba el tiempo leyendo a Dante y presentándole comentarios de texto sobre fragmentos de La Divina Comedia que él releía en voz alta en clase de Literatura universal como ejemplo de una buena reflexión y escritura. Era un calienta mentes. Cada halago y alusión a mi talento nutrían mi esperanza que echaba los restos en un pulso imposible contra la realidad de su homosexualidad.

Una tarde fui a su casa a reclamar la nota del último examen que habíamos hecho sobre Torquemada en la Hoguera – un nueve y medio, fíjate-. Y, aprovechando la afortunada coyuntura de los carnavales, me disfracé de Groucho Marx. Lejos de parecer un avispado comicastro bailarín y fumapuros, lucía el candoroso aspecto de un efebo ceniciento. Cuando me abrió la puerta me metí el extremo del puro apagado en la boca y entré en su casa con el pizpireto aunque digno caminar de un icono. Él estaba comiendo fideos chinos y viendo Carrington – esa peli donde Emma Thompson está enamorada de su amigo gay y tienen un puntual momento de achuchón -. Le miré a los ojos y le dije: “No piense mal de mí, señor, mi interés por usted es puramente sexual”. Kevin me retiró con suavidad el puro de la boca y con el fino hilo de saliva que se formó entre el cilindro de tabaco y la comisura de mis labios restregó mi bigote falso con lenta lascivia y acercándose muy despacio a mi cara me besó con la cadencia de un anuncio de perfume carísimo. A continuación, hicimos un Boys don’t cry ayudados de sus aperos sexuales de sátiro solitario y fingí un orgasmo masculino con jadeos graves. Me besó en la frente y me subió la nota de Torquemada a un 10.