Fuckable Men

Marta encuentra entre sus cosas una libreta de cuando era adolescente. En ella están apuntados los nombres de 100 hombres con los que se plantea encuentros de distinta naturaleza.
Marta Díez San Millán

31/100. Damon Albarn

Me colé en el campus alegando ir a segundo de Magisterio. Mi americana de raya diplomática era más de Bellas Artes pero me envejecía unos oportunos 19 meses de credibilidad. “Paello”, además de acné, tenía conjuntivitis y pedía Malibú con piña como si fuera caviar de saldo. En toda la barra de la espicha de Industriales ni un solo desgraciado se atrevía con ese infierno de azúcar; no me extrañaba nada aquel cutis de porrusalda. Tenía los ojos azules empañados en sendas nubecillas sanguinolentas y daba pasitos en mi dirección meciendo la pelvis al ritmo de una música que sólo sonaba dentro de él. Resultaba tan inofensivo que no podía evitar asentir desde la fascinación, parecía un documental sobre intentos de apareamiento entre un insecto palo y una mamífera desubicada.
Llegó y depositó su mano huesuda en mi hombro y entre hipos piña y mejillas mitad carmesí mitad pus, propuso: “Si te doy tres mil pavos ¿pujarás por mí en la subasta?”. En Industriales subvencionaban los viajes de fin de curso a París subastando solteros y Paello no podía aspirar a que su caché rebasase unos misericordiosos veinte duros, pero tres mil pesetas de presupuesto daban para comisión ¿o qué?
Paello, mirándome con rictus de Bambi resfriado, accedió algo decepcionado y yo pagué sus buenas dos mil quinientas pelas por su compañía quedándome con quinientas más por el servicio. Dado que para completar el engaño debían vernos juntos en público el resto de la velada, me permití compartir con él un cachi de calimotxo con granadina. Tras vomitarlo en la puerta de la facultad de Derecho, me dijo su verdadero nombre de persona: “Damon” y que nunca había besado a una chica. Le ayudé a lavarse la cara y enjuagarse la boca en una fuente y esperé diez minutos a que mascase con fruición el Orbitt de hierbabuena antes de apoyar mis manos en su nunca y posar mis labios en la superficie de los suyos. Succioné sólo un poquito, con cariño. Luego le pedí un taxi.

Cuando volví a verlo ya había descubierto el árbol del té para los granos y era vocalista en un grupo; le saludé y ni se giró. Da igual, sabía a Pharmaton.