Summer of ’94

Lo que aquí os voy a contar es el resultado de unir distintos testimonios sobre lo acontecido la noche del 24 al 25 de agosto de 1994 en Salou (Tarragona), ya que durante la mayor parte del relato, yo me encontraba inconsciente. Cambiaré algunos nombres para proteger la intimidad de los protagonistas, aunque todos tenemos un pasado y lo hecho, hecho está. La energía no se destruye, se convierte en gasolina para Bunkerhill.

Era 24 de agosto del año 1994. El Valencia C.F. se enfrentaba al F.C Barcelona en la final del trofeo Joan Gamper. El partido se celebraba en Barcelona, y me habían invitado a ir, ya que como valenciano, se me podía suponer cierto interés en dicho evento. A mí el futbol no me ha interesado en la vida, pero una jarana es una jarana. Además iba con mi primo J, que sí que era seguidor del Barça, con lo cual la cosa pintaba bien.

El problema es que coincidía con la celebración del cumpleaños de mi amiga… emmmm, Mina Harker (aquí empieza lo de los nombres inventados). Aunque hay que decir que todas las noches de aquel agosto parecían ser una celebración del cumpleaños de Mina, ya que todos los días quedábamos la misma gente para divertirnos como adolescentes desenfrenados. Pero eso era lo de menos, esa noche se salía bajo el paraguas conceptual de celebrar el nacimiento de mi amiga. Y eso no lo podía parar la final del trofeo Joan Gamper… Así que decidí quedarme con la muchachada y perderme el partido.

Yo tenía 15 años, así que tampoco se puede decir que llevase saliendo de fiesta muchos años. De hecho, era una época de primeras veces. Siempre que salíamos (que era todos los días) nos tomábamos unas copichuelas, nada serio. Yo llegaba a casa y nadie me notaba achispado, todo bien, todo fetén. Supongo que el alcohol se va acumulando si no das tiempo al cuerpo a expulsarlo de manera lógica y al final puedes petar. Pero eso a los 15 yo no lo sabía. Tampoco me creía el invento ese de los padres de los cortes de digestión. ¿Alguien había visto alguno? Yo no. Para mí un corte de digestión tenía la misma verosimilitud que un unicornio.

Pero no adelantemos acontecimientos…

Decidimos comprar un par de botellas de bebidas espirituosas, de aquellas que después de esa noche, ya no iba a poder oler en mi vida… O quizás sí.

Cuando ya era de noche nos bajamos a la playa a sentarnos en unas toallas, cenar unos estupendos bocadillos que nos habíamos hecho, beber un par de cubatillas y echarnos unas buenas risas. ¿Qué mejor forma de celebrar la vida de Mina? ¿Qué más se puede pedir?

Después de un par de copas y habiendo dado buena cuenta de los bocatas, nos pareció una gran idea darnos un baño nocturno en la playa, así, a lo escena inicial de “Tiburón”.

Como el baño era improvisado, nadie llevaba bañador. Pero no pasaba nada ¿Hemos dicho escena inicial de Tiburón? Pues a por ello. Todos en bolas. Si en lugar de Salou aquello hubiera sido Crystal Lake ahora estaríamos todos muertos.

Los Goonies nunca dicen muerto. Pero yo no soy un Goonie.

A partir de aquí la cosa se complica. Yo, de hecho, el último recuerdo que tengo de todo lo que os voy a contar es estar corriendo desnudo hacia la oscuridad del mar nocturno.

Me quedé inconsciente dentro del agua. Afortunadamente no estaba solo. Mina, Don Pimpón, Lucy, Pumuki, Steve Martin y Mary Poppins estaban allí conmigo (Estos son los nombres ficticios de toda la banda)

No sé quien se daría cuenta primero de que mi cuerpo flotaba boca abajo, pero gracias infinitas.

Me sacaron entre varios y me tumbaron en la arena. Tenía pulso, pero no muy buen aspecto. Y no me despertaba. Pumuki, cuyos métodos para la vida no tenían mucho sentido en general, decidió que quizás si me pegaba puñetazos en la cara a lo Iván Drago me tenía que despertar.

Pumuki y yo habíamos vivido una serie de desencuentros durante ese verano, así que vio el hueco para despertarme y de paso cobrarse algún desplante.

Steve Martin lo paró cuando se dio cuenta de que la cosa se le estaba yendo de las manos. Al final me desperté un poco. No sabía dónde estaba, ni qué pasaba, pero me costaba mantenerme despierto y me dolía la cara como si me hubiera pasado una apisonadora por encima.

Cuando les dije (mentira y de las gordas) que ya estaba mejor, emprendimos el viaje de vuelta a casa.

Yo apenas podía andar, así que entre Steve Martin y Mina Harker me llevaron a cuestas.

Mina y yo llevábamos un tiempo juntos (si, en ese sentido) pero el resto no sabían nada. No lo llevábamos en secreto por ninguna razón en particular. Supongo que estábamos todos bien juntos y a lo mejor si los demás nos veían como una unidad, cambiaba algo ¿Qué sé yo?

Al parecer balbuceé por el camino alguna que otra indiscreción que desveló el secreto.

En plan “Mina, siento haberte jodido el cumpleaños, con lo importante que eres para mí” y patatín y patatán. Con lo peliculero que soy yo, no me quiero ni imaginar la cantidad de sandeces que solté hasta perder la conciencia de nuevo.

Al llegar a la urbanización en la que todos vivíamos (si, todos en la banda éramos vecinos) yo ya llevaba un rato inconsciente de nuevo, así que a Steve y a Mina se les unieron los demás para poder llevar el peso muerto en el que me había convertido.

Para evitar que los padres de todos nos pillasen en esa tesitura, había que recogerse y mañana sería otro día. Pero claro, inconsciente no me iban a dejar. Así que Pumuki (de nuevo) pensó que si me tiraban a la piscina, me despertaría de golpe.

Como estaba convencido de que iba a resultar, decidió que había que quitarme la ropa y así cuando volviera a despertarme podría vestirme con todo más o menos seco, pudiendo disimular aún más al llegar a casa.

¿Me pregunto quién me vestiría al salir del mar?

En fin… Sigamos

Me despelotaron entre todos y me lanzaron a la piscina. Pero la cosa no funcionó y Don Pimpón se tiró sin dudarlo a sacarme de allí antes de que me ahogase.

Pumuki estaba desatado y tuvo otra gran idea. Yo estaba tumbado en el césped de la piscina, desnudo y medio muerto. Así que pensó que si me enchufaba la manguera de la piscina a presión directamente en mis testículos me tenía que despertar seguro.

Y eso hizo. Al parecer esa manguera tenía realmente mucha presión y mis gónadas se escondieron dejando la casa vacía.

Al final Mary Poppins consiguió que Pumuki cesase en sus intentos de rematarme, y cerrase literalmente el grifo de la muerte.

Así que ahí estaba yo: en pelotas, con la cara magullada, inconsciente… Con los testículos en algún lugar indeterminado de mi cuerpo y el escroto vacío como una bolsa de plástico mecida por el viento.

Llegados a este punto ya habíamos llamado la atención de algún vecino. Y la frase “Hay un chaval en la piscina que no está bien” ya se escuchaba en la profundidad de la noche.

Mi madre tuvo un pálpito. Cuando escuchó a los vecinos hablando del tema, supo antes de verlo con sus propios ojos, que el chaval de la piscina era yo.

Con la ayuda de un vecino al que llamaremos Peter Parker, me envolvió en una especie de albornoz y me llevó a casa.

Pero yo no recuperaba la conciencia.

Así que decidieron llevarme al hospital. No sin antes exhibirme como un fenómeno de feria tendido en mi cama, medio desnudo, mientras alguien iba a por un coche. Los vecinos se agolpaban a los pies de mi cama como si pudiesen ver en directo como la palmaba. Igual pensaban que mi alma saldría de mi cuerpo, entre luces, a lo “Ghost”.

Gracias mamá por esta parte tan incomprensible.

Contra todo pronóstico, durante el trayecto en coche hacia el hospital, llevé la cabeza apoyada en el hombro de Pumuki, que vigilaba diligente que no vomitase y me ahogase en mi propio vómito antes de los 27. Aunque a estas alturas el lector ya ha leído suficiente relato como para desconfiar de las intenciones de “El duende del pelo rojo”, lo cierto es que llegamos al hospital sin consecuencias… sin más consecuencias mejor dicho.

Varias horas después abrí los ojos y sólo pude ver una luz de intensidad cegadora. No sabía dónde estaba, aunque había visto suficientes programas de Jiménez Del Oso (el Iker Jiménez de la época) para sospechar de mi propia defunción.

Poco a poco un dolor agudo en el glúteo derecho y la adaptación de mis ojos a la luz del entorno me devolvió a la realidad. Estaba en un hospital, me habían inyectado B12 en el culo, y mi madre rezaba cosas incompresibles a los pies de la cama.

Me encontraba tan perdido en la inmensidad del limbo del que estaba saliendo lentamente, que rompí a llorar. Al caer en la cuenta mi madre, gracias a la intensidad del llanto, de mi inminente regreso al mundo de los vivos, me dijo en un volumen atronador:

Si me la vuelves a liar así te mato.
Aun aturdido juré por lo más sagrado (lo más sagrado siempre ha sido un concepto cambiante para mí, no recuerdo que sería lo más sagrado en 1994, pero os puedo asegurar que no era nada teológico) que no volvería hacer fuese lo que fuese lo que hubiera hecho. Y es que todo apunta a una pérdida de consciencia por obra y arte del alcohol. Pero, ¿sabéis que? En el diagnóstico del médico ponía “Corte de Digestión”, y puedo deciros sin ruborizarme que cumplí la promesa que le hice a mi madre y nunca más he sufrido un corte de digestión.

La historia no acaba ahí. Mi madre y yo volvimos del hospital sobre las 7:30h de la mañana. A las 8:00h había quedado con mi primo J que tenía que darme clases de repaso de matemáticas, que me habían caído para septiembre. Yo era literalmente un muerto viviente, pero mi madre decidió que tenía que sufrir las consecuencias de mi díscola personalidad y acudir puntual a la cita con los 5 sentidos puestos en los números.

Mi madre no es que demonizase un corte de digestión y culpase a su hijo de ello, es que simplemente no creía la teoría científica de mi mal, y se inclinaba más a pensar en que la culpa era de haberme pasado con el alpiste. Y como en mi familia siempre han sido muy espartanos y la máxima de mi abuela era “Para curtirse hay que joderse”, ahí que me fui yo, a enfrentarme a pecho descubierto y cabeza nublada a las ecuaciones. Mi primo J no era ajeno a mi estado y se portó bien conmigo, digamos que hizo una actuación muy convincente, mientras en el fondo me estaba dejando vegetar.

Al acabar la clase y después de un par de horas de sueño, bajé a la piscina en la que casi pierdo la vida la noche anterior y en la que sin duda me dejé la inocencia.

Y allí estaban todos esperándome, Mina, Lucy, Don Pimpón, Steve Martin, Mary Poppins y Pumuki…

Todos sonrieron y me hicieron un gesto de complicidad que prometía que iban a pasarse varios días contándome su versión de los hechos. Versión que por otro lado tiene importancia capital para la elaboración de este relato, ya que está construido en su mayor parte, a partir de lo que la gente que estaba allí me contó.

Pero sabían perfectamente que habría tiempo suficiente para ello en lo que quedaba de verano. Así que me dejaron un poco a mi bola durante un par de horas.

Me acerqué a Mina que estaba tumbada en el césped en una toalla, la besé en los labios por primera vez en público delante de todos y le dije:

Feliz cumpleaños + un día (Las clases de repaso de matemáticas habían surtido efecto y sabía sumar sin demasiada dificultad)
Apoyé mi cabeza en su ombligo y me quedé dormido…

La noche anterior, mientras yo visitaba el mundo onírico, el Valencia ganaba al Barça 1 – 4.

Y hasta donde yo sé, “Steve Martin” hoy en día debe ser dentista…

De los demás no sé nada desde 1995…

Los cortes de digestión existen… aparentemente.

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